viernes, 18 de diciembre de 2009

Lo que dice The Economist sobre Chile


Durante las últimas dos décadas, la Concertación, una coalición de centroizquierda, ha gobernado Chile bastante bien. En gran parte de ese período fue el único país latinoamericano que registró un índice de crecimiento económico asiático. La cantidad de chilenos que vive en la pobreza disminuyó del 38,6 por ciento en 1990 al 13,7 por ciento en 2006, y ahora hay un acceso mucho más amplio a la educación, la salud y las pensiones. Las sociedades público-privadas han construido la mejor infraestructura en la región. La nación es considerada por muchos como un modelo para América Latina, un estatus que quedó aún más de manifiesto esta semana debido a una invitación para que se uniera a la OCDE, un club de países ricos.

Por todo esto, la Concertación merece mucho reconocimiento. Mantuvo las políticas económicas de libre mercado que adoptó, con un costoso método de ensayo y error, la dictadura del general Augusto Pinochet. A éstas les sumó un mayor rigor monetario y fiscal, una mejor política social y una preocupación por la igualdad de oportunidades. De a poco convirtió a Chile en una democracia correcta, en la que una serie de oficiales de ejército del tiempo de la dictadura están ahora en prisión por asesinato.

Sin embargo, todas las cosas buenas con el tiempo llegan a su fin. Y así, al parecer, lo hará el gobierno de la Concertación. En las elecciones presidenciales del 13 de diciembre, Sebastián Piñera, representante de la Alianza conservadora, obtuvo el 44 por ciento de los votos mientras que Eduardo Frei, de la Concertación, logró sólo el 30 por ciento. Puesto que gran parte de los votos restantes fueron para Marco Enríquez-Ominami, un ex congresista de la Concertación que se presentó como independiente, y que la derecha no ha ganado una elección presidencial desde 1958, Piñera no puede tener certeza de la victoria en la segunda vuelta el 17 de enero. Pero está bien posicionado para lograrlo.

La Concertación es en gran medida la culpable de eso. La Presidenta saliente, Michelle Bachelet, es popular y eficiente, y habría ganado si la Constitución le hubiera permitido presentarse. Pero su popularidad ha disimulado los problemas de la coalición. Sus líderes se han habituado al poder y se ha quedado sin ideas ni energía. No reformó un sistema político esclerótico ni pudo vencer la apatía entre los jóvenes (sólo el 23 por ciento de los chilenos menores de 30 está inscrito en los registros electorales). Ésta fue la crítica que Enríquez-Ominami hizo con razón.

Su candidatura sumó una división generacional a las otras fallas de la coalición. Frei, un ex Presidente e hijo de un Mandatario, es adecuado pero difícilmente parece un hombre del futuro.

El último argumento que le queda a la Concertación para permanecer en el gobierno es débil. Que, con la Alianza, los herederos de Pinochet regresarían al poder. De hecho, Piñera (aunque no muchos de sus aliados) hizo campaña contra el intento frustrado de Pinochet de prolongar su régimen a través de un referéndum en 1988. Chile ha avanzado de todos modos desde entonces. Pinochet está muerto y el ejército es ahora perfectamente profesional.

Él debe gobernar en el interés de Chile, no en el suyo propio. Dicho eso, hay tres razones para preocuparse por Piñera, destacado empresario. Lejos, la principal tiene que ver con su ética de negocios y potencial conflicto de intereses. Nadie duda de su impulso emprendedor, pero algunos cuestionan sus métodos. Ha sido multado por uso de información privilegiada; en otra ocasión fue acusado por opositores de utilizar su cargo como senador para defender sus intereses empresariales. Él sostiene que gran parte de sus bienes, entre éstos un canal de televisión y la participación mayoritaria en la línea aérea nacional de Chile, se puso en un fideicomiso ciego o que, si gana, venderá antes de asumir. No obstante, tendrá que asegurar a los chilenos que no es un Berlusconi; que va a gobernar en el interés de ellos, no en el propio. Un primer paso apropiado sería permitir que hubiera más competencia en el negocio de las aerolíneas.

Una segunda inquietud tiene que ver con sus aliados, muchos de quienes son ultraconservadores sociales que han luchado tenazmente contra el divorcio y la anticoncepción. Piñera, quien es más liberal que ellos, y por lo tanto más en armonía con la mayoría de sus compatriotas, tendrá que mantenerlos a raya.

La tercera, es que Piñera, quien critica a la Concertación por retardar la economía, pueda sentirse tentado a abandonar la rectitud fiscal en un apuro por crecer. Eso sería un error: aunque el sector público de Chile necesita una reforma, su desempeño económico en general sigue siendo respetable.

De un modo tranquilizador, él sostiene que mantendría varias de las principales políticas de la Concertación. Sus autores originales claramente necesitan un receso en la oposición para sanar las heridas y reagruparse. Y Chile necesita un cambio de gobierno para consolidar su democracia. Si no es ahora, ¿cuándo?

Todas las cosas buenas con el tiempo llegan a su fin. Y así, al parecer, lo hará el gobierno de la Concertación. Chile necesita un cambio de gobierno para consolidar su democracia. Si no es ahora, ¿cuándo?

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